Mientras esperaba a Oh-Bebé, en una de las ecografías vimos cómo ella abría su pequeña boca para dar un bostezo intrauterino. Cuando uno presencia ese tipo de acontecimientos, se alegra de vivir en una época tan tecnologizada que permite ser testigo de cosas que hasta no hace mucho tiempo eran impensadas.
He tenido la suerte de haber visto a mis dos niñitas crecer y desarrollarse en mi panza, ver y oir los latidos de sus corazones a todo ritmo, los movimientos de sus estómagos repletos de líquido, sus dedos ínfimos de ser humano de sólo 7 semanas de gestación. Oh-Bebé, además de eso, nos regaló su carita, sus largas pestañas y cada una de sus arrugas prenatales en la deseada ecografía en 4D, donde, según la pericia del ecógrafo (el mío se llama Dr. José Manuel Craig y es seco, absolutamente recomendado), se pueden capturar los más pequeños detalles gracias al ultrasonido.
Esta semana comenzaron las clases y, nuevamente, partimos con la Loop a cuesta en las mañanas, además de Oh-Bebé que empezó oficialmente su asistencia al jardín. Para cualquier papá y mamá, dejar a su conchito en manos de gente desconocida en un jardín infantil es una situación bastante desagradable, pero estamos de acuerdo en que es lo mejor para ellos, sobre todo cuando están en esta edad en que se comen el mundo y tienen su mente y cuerpo dispuestos 100% para aprender. Aunque uno no trabaje y tenga la suerte de pasar la mayor parte del tiempo acompañándolos, es evidente que compartir con amiguitos tan chicos como ellos, pero con sus carácteres ya formados y muy distintos entre si, les da ciertas herramientas para afrontar todos los cambios que se vienen durante el crecimiento humano.
Con todas esas teorías y justificaciones de por qué uno debe (someter) llevar a sus bebecitos a una sala de clases con sólo 2 años de edad, cada mañana se sale del jardín con un nudo en la guata (esa misma donde la llevamos 9 meses), con ganas de devolverse, con algo (mucho) de culpa y uno llega al trabajo con la angustia de no saber qué está pasando con su criaturita párvula. No conozco a nadie que no se quede con esa imagen de la caritas lloronas rogándoles para que no lo dejen con las tías, quienes cuando los recogemos al final de la jornada, nos cuentan lo bien que estuvieron, lo maravillosos y buenos amigos que son, y que se han comido toooda la comida preparada en el jardín, cuando, en mi caso, las horas de almuerzo y cena son el suplicio familiar, con griteríos, llantos, y todos dispuestos para convencerla a tragar 3 cucharadas.
Luego de deambular por millones de jardines, conocer métodos, instalaciones, recomendaciones, etc., opté por uno que queda cerca del colegio de la Loop y que me pareció bastante bueno. Pero sobre todo, algo que me llamó profundamente la atención fue que las salitas de clases contaban con cámaras a través de las que uno podía ver a los niños durante su jornada.
Increíble, pensé, éste es mi jardín.
Y otra vez, a pesar de toda la consciencia que creo tener sobre la tecnología y el mundo que se abre en infinitas dimensiones inventadas por el hombre, me sorprendo esta mañana cuando entro a la página web del jardín, pincho en la sala de su nivel y ahí está mi linda Oh-Bebé, con sus gestos, su atención, la forma en que toma un lápiz, el modo en que se relaciona con los compañeros. Y la veo, igual que en un reality, cada movimiento suyo, cada actividad. Me sorprendo cuando a la hora del almuerzo les ponen la bandeja con una comida no cocinada por mí, y no solamente come sin problemas, sino que, además, come SOLA!, y sin berrinches, toda una señorita.
Me siento contenta, me invade una emoción cuática que sólo provocan los hijos.
Llamo a mis compañeros de trabajo que se sorprenden tanto como yo, la miramos, comentamos, nos maravillamos a sus espaldas de la belleza de sus mínimos gestos: "mira se toca el pelo!", "mira como cruza los brazos!", "cómo conversa la fresca!".
Me siento una espía, como la creadora de mi propia Truman. La he visto crecer desde que medía 6 cm y hoy la sigo, en cada juego, en cada trazo de su lápiz, en su hora de sueño, en ese espacio tan ajeno a nosotros, pero que la verá crecer durante este año. Me asusta un poco, esa obsesión por controlarlo todo, por protegerlos de todo, ese terror que tengo del mundo, de la gente, que no me deja en paz. Por eso, prometo ver la cámara una vez al día, permitirle su intimidad, no saberlo todo tampoco debe ser tan malo (?), dejarla que me cuente, que invente historias, que haga su propia vida mi linda Oh-Bebé, mi bebé en línea.
Si no lo veo, no lo creo: ella come sola en el jardín